miércoles, junio 11

T.E.LIT.A.: T de terror

El podentarista y participante del TELITA II, señor Subana Banana, esta vez se le animó al TELITA I, y nos deja un interesante cortito - porque, dice, "en la literatura lo breve se disfruta más" (es un vago, sí)-. Disfruten pues del cortito de Subana! :-)





El matrimonio Krantz

El conventillo de Villa Crespo transpiraba silencio los domingos a la mañana. Los inquilinos y ocasionales viajantes de comercio aprovechaban esas horas para reponerse de sábados de olvido del resto de la semana, y exprimían el remanso hasta la hora del almuerzo, cuando la señora Krantz, la dueña del lugar, los citaba al ritual de las pastas del domingo, de hecho Spaetzles, un tipo de ñoquis húngaros, pero que pasaban como italianos.

El matrimonio Krantz, Don Roman y Doña Minnie, se habían instalado de su Hungría de origen hacía ya 15 largos años, huyendo de un oscuro conflicto en su terruño, del cual nunca contaban más que generalidades, para callar abruptamente. Parecían haberse adaptado bastante bien a las costumbres porteñas, y poco a poco se hicieron querer en el barrio. Sin hijos, ni familiares cercanos ni lejanos, eran ellos, el uno para el otro, como siempre lo habían sido, y como siempre lo serían.

Buenos Aires en los setentas era lo suficientemente cosmopolita como para que unos extranjeros callados y discretos pasaran desapercibidos. Especialmente ellos, errantes eternos. Sabían que la paz duraría poco, que en unos cinco o diez años tendrían que partir de nuevo, huir, en la oscuridad, como ratas al resguardo de la noche, escapando al horror que dejaban detrás.

Pero ese horror los seguiría adonde ellos fueran, como sombras que se deforman con el cambio del ángulo de una luz, pero siempre allí, corporizado.

El primero en levantarse fue el Dr. Sapirstein. Masculló un buenos días y se puso a leer el diario. Su rostro se deformó en un grito mudo, soltando el periódico, que cayó al piso mostrando el titular principal: “Otro cadáver mutilado en un baldío de Paternal. Ya son 9 las víctimas”.

Los Krantz se miraron de soslayo. Minnie siguió revolviendo el agua de la cacerola, mientras en su mente se arremolinaban los Nicklas, los Castevet, los Polanski, los Jellico, todos los que habían sido a través de los siglos, y cerró fuerte los ojos. El reloj marcaba las horas, un tic tac irreversible.



Subana Banana, Junio 2008

7 comentarios:

JuliánFayolle dijo...

Duró lo que duró duro.

Me gusta así. Bue-ní-si-mo.

Anónimo dijo...

Muy bueno Subanidad! Me hizo acordar a Mujeres Asesinas! jaja!

gabrielaa. dijo...

claro: los spätzle se comen con goulasch...

El Profe dijo...

Subanidad, lo aplaudo, me gustó la agilidad del relato. Muy bueno.
¡Un abrazo!

Vill Gates dijo...

Mmmm.... estos vecinos que hablan raro no serán...

Ahora no voy a comer ñoquis (o lo que se les parezca) por años!

Muy bueno Sub.

Anónimo dijo...

Poderoso relato!

Capitan de su calle dijo...

bien che...como un cartucho.

Cortito pero poderoso.

Felicitaciones, muy bueno!