martes, octubre 6

TELITA III: Cruce Hilario, por Juanro

Largamos con el primer telita de octubre, es el turno del señor Juanro, músico, bloggero, marido de la señora eva, y sí, bueh, digámoslo, podentarista también él. Recordarán los asiduos su brillante participación en el TelitaII, El Profesional. No se queda atrás esta vez. Me encanta este relato. Disfrútenlo:


Cruce Hilario


¿No tenés más invitaciones? Creo que no. El viejo rebuscó en el morral. No, las repartí todas, ¿vos? Sí, me quedaron algunas, pero pocas. El muchacho sacó del canasto de la bicicleta un rollo de papeles, impresos aparentemente a mimeógrafo. "Gran barrileteada conmemorativa" era el título, seguido de un dibujo de unos barriletes perfilados sobre unas nubes, y debajo "domingo 27, en el Cruce Hilario". ¿Va a venir bastante gente, no? dijo, mientras miraba el panfleto. Yo creo que sí, dijo el otro, cambiando de nalga el peso del cuerpo, sentado, mejor dicho apoyado sobre la división central de cemento de la autopista. El sol, generoso, rendía tributo al verano y calcinaba el asfalto resquebrajado y los pastos que amarilleaban entre las grietas. El silencio era intenso, pero no absoluto. Un silencio de civilización, pero jalonado de sonidos, la respiración de ambos, lenta bajo los ceños fruncidos para amortiguar la resolana, el runrun de la brisa en los oídos y el swish sobre los pastos, algún pájaro lejano, alguna chicharra. Allá para el lado del pueblo ya se veía venir otra gente, la mayoría como los dos que ya estaban ahí charlando, en bicicleta. ¿Sabés por qué este lugar se llama Cruce Hilario? preguntó el viejo, con la voz un tanto opaca por el cigarrillo que se había metido entre los labios, al tiempo que se daba vuelta para ponerse de espaldas al viento y haciendo reparo con la mano, lo encendía. No, dijo el muchacho. Calando con satisfacción y exhalando la primera bocanada de humo, el viejo empezó a contar. Tenían un rato todavía.

Eso era de Antes. Aún antes, cuando la autopista no estaba, Hilario ya vivía en el rancho, ese que ahora es apenas unos restos asomando al costado de los árboles, trescientos o cuatrocientos metros más allá. Un poco más lejos, la laguna, y luego, el campo que llamaban "de los treinta indígenas", por algún antiguo y olvidado malón; o quizás por la frondosa imaginación de algún lugareño. Esas certezas se pierden con el tiempo. El asunto es que ahí vivía Hilario, eternamente viejo según lo recordaban todos, con sus gallinas y sus chanchos, su rostro curtido y rojizo como cuero viejo, su pelo extrañamente abundante y renegrido pese a sus muchos años. Todas las mañanas religiosamente cargaba en el canasto de la bicicleta un par de docenas de huevos y se iba al pueblo a vendérselos a Gómez, del almacén. Hacía luego ocasionalmente alguna compra, yerba o cigarrillos, quizás se sentaba un rato en el bar a tomar una grapa y saludar a la gente que pasaba, mientras en un costado la televisión aburría con sus noticias de un mundo que trascurría a unos cientos de kilómetros de allí, pero parecía mucho más lejano. Luego se volvía a su rancho a atender los animales, dormir la siesta, remover el suelo y sacar un poco las malezas en la exigua huerta que tenía atrás, y finalmente a dormir. Sus días no tenían fin, ni semana, ni desvío. Salvo que lloviera mucho, en cuyo caso no iba al pueblo y se quedaba bajo el alero, tomando unos mates y trenzando algún tiento o tallando un palo, los ojos siempre melancólicos pero no tristes, resbalando sobre el agua que caía.

Hasta que un día esa misma tele que nadie miraba ni apagaba nunca, anunció la llegada de la autopista, y el mundo tan lejano vino a entrometerse en la vida del pueblo. No mucho, es cierto: la autovía de dos carriles por lado no tenía prevista en las inmediaciones ninguna bajada. Al pueblo se seguía accediendo por la ruta vieja, que venía por el otro lado. Al que sí lo jodió fue a Hilario, claro. La traza vino a pasar, cosas de la topografía, haciendo un chanfle entre la laguna y el pueblo. Lento y manso, aunque no indolente, un día vio llegar las máquinas, cuando salía pedaleando con ese ritmo tan suyo que parecía a punto de detenerse del todo y caer de lado a cada instante, por el sendero que los años habían marcado entre el pasto. Llegó hasta el reciente obrador, y se quedó mirando un rato. Nadie le prestó atención, así que fue y habló con uno, mayor y más gordo que los demás, debía ser el capataz. El tipo, amable al fin y al cabo, le explicó de qué se trataba. Sí, una autopista, sí, el proyecto iba a concretarse en menos de dos meses, ¿puente? ¿para quién? No, don, acá no. Hilario se fue. Días después reclamó en el pueblo, con el delegado municipal (intendente no había). En fin, nunca le dieron pelota, no me refiero al pueblo, donde efectivamente lo apreciaban, pero imaginate, el reclamo de un cuasi indigente rural que vivía aislado en el culo del mundo con sus gallinas y algunos chanchos no iba a frenar ni desviar la cosa ni un milímetro. Hilario, como tantas otras veces en su vida, se resignó. La autopista estuvo eventualmente terminada y él, en lugar de pedalear apenas dos o tres kilómetros, tenía que alejarse casi seis hacia el oeste, hasta donde la autopista hacía un desvío y se acercaba un poco más al borde de la laguna. Allí había un puente, no para él si no para pasar sobre el arroyito, y por ahí abajo, entre la pared de cemento oscuro y chorreante de humedad y el barro de la orilla, cruzaba. Sobre él, los autos, ciegos y ajenos a todo el asunto, iban y venían. Salía del otro lado y luego volvía, paralelo a la autopista, hasta quedar casi enfrente del rancho, pero del otro lado.

Pasaron los años. Hilario criaba gallinas, y pedaleaba. Aunque sus fuerzas menguaban, aún no se agotaban. En otra escala, lo mismo se podía decir del mundo. Un día por la tele, dijeron que el petróleo se estaba acabando. El Hombre tenía una segunda oportunidad, decían algunos, la Humanidad está condenada, decían otros. Como siempre nadie tuvo razón, condenados ya estábamos de antes y para oportunidades, ya se ve, hemos perdido la cuenta hace rato. A todo uno se acostumbra; a la falta de petróleo, también. Los autos, veloces objetos de deseo, un día dejaron de correr. No todos, claro, hubo un tiempo, un margen para la diferenciación del que puede del que no. Pero la cantidad bajó drásticamente y mantener una autopista ya no fue rentable. El sonido del caucho sobre el macadam fue remitiendo hasta desaparecer. Hilario miraba un día, su rostro como siempre relajado, sin asomo de tensión, a la sombra del alero, la silenciosa autopista, y cayó en la cuenta de que su hipotética histórica victoria no era tal. Autos no pasarían, pero allí estaba la estólida barrera de cemento que separaba ambos carriles, y que impedía efectivamente el paso de su vieja y pesada bicicleta con su canasto cargado de huevos delante del manillar. Dejó pasar todavía unas semanas más; se convenció de que ya definitivamente nadie circulaba por ahí la víspera de Santa Rosa, cuando notó por primera vez los pastos asomando entre las juntas del asfalto. También ese día tomó la decisión. Cuando volvió del pueblo, traía en el canasto una maza de cinco kilos de mango largo. Esa tarde empezaron a escucharse los golpes, sordos y rítmicos, espantando los teros. ¿Habrá sido el último esfuerzo exigido a ese castigado cuerpo? ¿O preferimos creer en el destino y la hora señalada? Yo permanezco agnóstico. Los hechos son que la barrera de cemento quedó destruida en un ancho de tres o cuatro metros, y que Hilario volvió al rancho ya caído el sol, se tomó una sopa y se acostó para nunca levantarse.

Lo encontró Gómez, dos días después, decía el viejo. Aparte del muchacho que estaba antes, se habían acercado a escucharlo una pareja y dos pibes más. Cuando Hilario no fue al pueblo al otro día, y era un buen día, Gómez se inquietó. En años y años, Hilario nunca faltaba. Al otro día tampoco fue y ahí sí Gómez consultó con el delegado y se fue hasta el rancho. Vio lo que Hilario había hecho ya desde lejos, el perfil de la autopista cortado como una dentellada resaltaba contra el horizonte. Evitó irse hasta el puente y cruzó directamente por ahí. Lo encontró como ya dije, como durmiendo, seco y enjuto y con el rostro apacible y casi feliz. Avisó luego que el camino a la laguna y el campito y la arboleda estaba despejado, y desde entonces le decimos el Cruce Hilario. Sí, algo había escuchado, dijo uno de los recién llegados, bueno vamos ya está empezando, dijo otro y se fueron para el campito. El viejo y el muchacho se incorporaron y fueron también. Uno de los panfletos se cayó y se fue, llevado por el viento, dando vueltas entre las piernas de alguien, esquivando en una voluta los rayos de una rueda, pasó por la abertura de la pared de cemento y se perdió en el campo, más allá. Arriba, los primeros barriletes ya se recortaban contra el celeste y las nubes.


Juanro, Octubre 2009

19 comentarios:

Karito La Cordobesa dijo...

Me gusta mucho la forma de escribir de Juanro, cómo mete referencias al medio de todo (bah, referencias o como se diga a cosas de este estilo: "hubo un tiempo, un margen para la diferenciación del que puede del que no").

Escribe rebuscado, pero clarito... es una linda mezcla.

Bien, arrancó octubre con todo. =)

Karito La Cordobesa dijo...

La plumita! Jajaja!

No sé qué quise decir anoche, si "referencias" o "reflexiones".

Se las dejo picando.

Memento dijo...

¡Arrancamos con todo! Lo veo candidatazo así sin esperar al resto...
Me gustó mucho la atemporalidad de la situación y por supuesto, que está escrito con muchos recursos bien empleados. Felicitaciones al autor!

LALE dijo...

Uhhh muy bueno!

La verdad que me hizo sentir como parte del pequeño público, con el sol en la cara, el pucho en la mano y escuchando al viejo en medio del camino. Excelente!!

rs dijo...

Dirán que no soy objetiva, pero se equivocan. Soy muy objetiva.
Es BUENÍSIMO el cuento.

La Ruiva dijo...

Me encantan las historias de pueblitos alejados, me recuerda a las novelas del Sertao que veía de chica con mi mamá.

Muy buenas imágenes las de Juanro, y la historia, impecable.

subana banana dijo...

Che, esto queda cerca del campo de Amanda, no?

rs dijo...

Lo que pasa Sub es que desde que vivimos en el campo no podemos pensar en otra cosa :P

MariaCe dijo...

Claro, el campo esto, el gobierno lo otro.

Che yo estoy de acuerdo con tu juicio. El cuento es BUENISIMO.

De paso y sin que venga a cuento, decidieron acerca de la perrita?

Juanro dijo...

Gracias a todos por los elogiosos conceptos! Te digo que lo del gobierno lo otro, estuve a punnnnto de incluirlo... decí que me contuve a tiempo, para preservar la pureza ideológico-literaria del concurso :P

June dijo...

Muy lindo, felicitaciones al autor :)

Nada que ver con este texto pero me acordé de un cuento de Aleman Sainz en el que el protagonista se llama Hilario, "Esperen peatones, Peatones pasen"; jaja, me causó gracia; y cuando leí el título pensé que se trataba del Cruce Hilario en Mendoza (¡también en una autopista!)

Buenísimo, de nuevo felicitaciones al autor.

June

Pablo (yo) dijo...

Muy bueno!
Muy bueno!
Muy bueno!

Zippo dijo...

Este me fascinó. Denserio, Juanro ha escuchado mucho relato de parte de personas mayores, porque su historia navega con una serenidad y aplomo digna de un viejo pueblerino que sabe contar historias. Estuviste magnífico, che.Es brillante.

Juanro dijo...

Gracias, en serio. Puede ser, Zippo. Mi abuelo era un viejo viejo contador de historias. Y en mi familia hay como una tradición de cuenteros (chamulleros, dirían algunos)

La Ruiva dijo...

Che, y el mio de octubre?
Yo quiero una orden de compra!

(vale participar todos los meses??)

MariaCe dijo...

Por supuesto que se vale participar todos los meses y tantas veces quieras.

Pero ojito que lo de la orden de compra no es necesariamente tu premio eh. Los premios son ESPONTANEOS y PERSONALIZADOS. A Vontrier le tocó la orden de compra de libros, a Gabrielaa le tocó un huevo kinder con sorpresita. Qué sé yo qué le va a tocar al próximo ganador. Capaz te toca un lápiz de labios, o una lapicera, una taza. Lo que surja. No sé, no sé.

El orden de publicación también es espontáneo. Paciencia :D

Juanro dijo...

"espontaneidad" y "paciencia" son términos opuestos, MC

La Ruiva dijo...

AH NO.
Ahora quiero un huevo Kinder.

silvia dijo...

Juanro, me encantó tu cuento..........casi que podría contarlo Landriscina como pa ponerle el color de la entonación que este medio no nos da y hasta, me atrevo a decir, que lograríamos "ver" su gestualidad.........QUE LINDOOO!!!!