miércoles, noviembre 7

El cuento del duende asustado

Aclaro: Esto es un borrador, e inconcluso. No soy escritora, pero desde hace un tiempito me ronda la cabeza esta pequeña historia. La tengo en palabras y en dibujos, y decidí empezar a escribirla acá. Si gustan la van leyendo, por ahora va sólo el primer tercio, que es aún demasiado largo y además hay que re-redactar, así que no se pongan exigentes, es un borrador nomás. Los puntos suspensivos son sólo marcas que pongo para cosas que quiero arreglar o eliminar. Vamos a ver qué tal va saliendo.


A la mamá de Francisco le gustaban los gatos.La casa estaba llena de gatos. Gatos en el patio, en el living, en el cuarto. Siempre había algún gato durmiendo sobre la computadora, y uno o dos sobre la tele. La mamá de Francisco explicaba que a los gatos les gusta el calor y que por eso buscaban lugares como esos, calentitos. ... A Francisco no le importaba compartir el espacio con los gatos (aunque si hubiera podido elegir tal vez habría preferido un perro, ya que cuando él invitaba a cualquiera de los gatos a jugar, ellos se limitaban a desviar la mirada, o bien se iban a otro lugar a seguir durmiendo. Un perro nunca habría actuado así). A la mamá de Francisco no le habría importado que hubiera un perro en la casa pero no tenían espacio suficiente. La mamá de Francisco estaba todo el día en la casa con él, pero pasaba la mayor parte del tiempo trabajando con la computadora, y tampoco podía jugar con él. Así que, aunque vivía en una casa llena de seres vivos, Francisco no tenía casi con quién jugar. ...Una mañana llovía mucho y como Francisco estaba resfriado, la mamá decidió que ese dia mejor no iba al jardín. Francisco se puso contento, porque aunque le gustaba ir al jardín, le gustaba más quedarse a la mañana con su mamá, porque a esa hora no había tanto trabajo y la mamá lo dejaba ayudarla con las tareas de la casa, y para Francisco eso era lo mismo que jugar. La mamá se puso a limpiar el cuarto y le pidió a Francisco que fuera hasta la cocina y le trajera un trapito de color naranja, suavecito, que estaba abajo de la mesada. Francisco, que se tomaba muy en serio esas responsabilidades, fue hasta la cocina y abrió la puertita del mueble que estaba bajo la mesada. Enseguida localizó el trapito naranja y suavecito. Pero cuando iba a agarrarlo, resulta que el trapito se movió. Francisco se asustó. "Mamá!", gritó, "un bicho!" Mamá vino enseguida y miró bien por todos lados. El trapito estaba bien quietito. "No hay ningún bicho acá, Fran, te equivocaste." Pero Francisco no estaba seguro. "Mirá, si hubiera algún bicho, ya habría venido alguno de los gatos a atraparlo...", le aseguró la mamá, y Francisco, que sabía que eso era cierto, se quedó un poco más tranquilo. La mamá se llevó el trapito y volvió a la pieza. Francisco iba a seguirla, pero entonces descubrió una cacerola amarilla que no había visto antes. La cacerola estaba boca abajo y parecía... sí, un casco de bombero! Entusiasmado, la tomó con mucho cuidado y la levantó. Y entonces estuvo a punto de gritar de nuevo. Porque abajo de la cacerola, temblando y con los ojos muy abiertos, había... qué había? ... Francisco, que era muy chiquito y todavía no conocía demasiadas palabras, pensó "un bebé", porque era más chiquito que él, y él hasta hace poco era bebé. Francisco no le tenía miedo a los bebés, y sabía que no había que tocarlos sin permiso de las mamás. Así que simplemente agitó la mano y saludó "hooola bebé" con voz cantarina. El bebé, sobresaltado, se llevó un dedo a la boca y dijo "shhhhhh", mirando para todos lados. Francisco se arrodilló en el piso y repitó, ahora en voz bajita, "shhhh... secleto". El bebé asintió, sonriendo. Era sin duda un bebé muy raro. Era chiquito, sí, pero tenía un bigote como el del tío de Francisco. De todas maneras esto no era muy alarmante porque Francisco no había visto muchos bebés hasta entonces y no sabía si habría más bebés con bigote. - Querés jugar, bebé? - preguntó Francisco. - Shhhhh -contestó el bebé- No hablemos fuerte, que puede venir tu mamá y se va a asustar... Francisco no entendió por qué se iba a asustar su mamá, pero tampoco sabía cómo decir esto, así que simplemente lo miró dudoso. - Yo no soy un bebé. - dijo el bebé.- Soy un duende. Me llamo Ramón. Vos como te llamás? - Hola Lamón! - saludó Francisco con la mano, que en el Jardín había aprendido que cuando alguien se presenta hay que saludarlo.

3 comentarios:

serpnorber dijo...

Muy lindo! seguí así! Yo ya nací viendo cosas que los demás no veían y gracias a que empecé a hablar recien a los tres años, mis padres y parientes no supieron y me conecté más a ese mundo :)

MariaCe dijo...

Gracias Serp, me alegra que te guste. Me cuesta mucho escribir, así que esto puede llevarme un montón de tiempo...
Cuántas cosas percibe uno cuando es chico, y qué pena que la estructura social generalmente restrinja esa percepción, no?
Te mando un beso.

Anónimo dijo...

Ramón, la verdad, no parece nombre de duende. No he tenido contacto con ninguno pero estoy casi seguro que las madres duende no le pondrína ese nombre al chiquilin.