EL LEGADO
La procesión llegaba en forma lenta, serpenteando por los senderos del parque.
El cabezón y yo nos pusimos de pie y guardamos el termo, el mate y la lata de yerba en una bolsa de supermercado y la bolsa a su vez en el hueco del árbol que estaba junto a la fosa.
Algo cansados y sudorosos por haber cavado el hueco, nos acomodamos a un costado del pozo, justo al lado del montículo de tierra extraída, donde estaban las dos palas clavadas como velas de una espantosa torta de cumpleaños.
Miré mis manos, callosas y embarradas. Una súbita vergüenza pudorosa frente a la distinguida concurrencia que se acercaba me obligó a esconderlas detrás de mi espalda.
La comitiva estaba llegando.
El intendente a la cabeza, con su séquito de aduladores y secuaces revoloteando a su alrededor, hambrientos de los flashes de las cámaras de los abundantes periodistas que envolvían la muchedumbre, como gaviotas ávidas de capturar a sus presas mediáticas, deseosas a su vez de ser consumidas.
Detrás, funcionarios del gobierno, ministros, invitados, miembros de distintas organizaciones y una multitud heterogénea de cholulos y curiosos varios, cerraban la comitiva.
En total no eran más de doscientas personas que fueron acomodándose en semicírculo junto al foso.
Cuatro personas depositaron una urna de madera con la inscripción “Para el futuro” junto al borde del hueco.
Frente a ese semicírculo, al otro lado del pozo, se paró el intendente.
El cabezón y yo, a su lado, enfundados en nuestros mamelucos marrones, parecíamos los monaguillos de aquella ceremonia. Sin embargo, no éramos más que dos objetos más al que nadie prestaba atención.
El intendente inició su discurso.
-En un acto más con motivo del centenario de la fundación de nuestra ciudad, nos convocamos aquí, en el parque Libertador San Martín, para dejar testimonio de nuestros días.
El ministro de transporte aplaudió, en solitario y sin ser secundado. Al sentirse desubicado bajó las manos inmediatamente. El intendente le dirigió una sonrisa condescendiente y balsámica que poco pudo menguar la expresión de vergüenza del ministro.
-La urna que trajimos hoy contiene nuestros deseos, nuestros anhelos, nuestros pensamientos. En suma, nuestro legado para el futuro.
Ahora sí, hizo una pausa como indicando que era el momento de los aplausos. Todos aplaudieron y vivaron, incluso el ministro de transporte, con la cautela propia de quien teme volver a caer en el ridículo.
-Esta urna, que enterraremos hoy junto al árbol centenario del parque, será recuperada dentro de cien años, día en que los ciudadanos de la entonces bicentenaria ciudad podrán saber de qué madera estaban hechos sus antepasados.
El aplauso se hizo cerrado nuevamente. Los flashes centellearon en la mañana festiva.
El intendente sacó un sobre de uno de los bolsillos interiores del saco.
-Sólo falta mi deseo- agregó- para completar los que ya colocaron nuestros niños, nuestros conciudadanos y todos quienes han querido dejar su testimonio. Junto a estas cartas, además, enterraremos billetes, monedas, objetos, recuerdos, en fin, parte de nuestra historia.
Hizo un gesto para que abrieran el cofre y así poder colocar su carta. Sospecho que su intención, al ponerla último, sería que fuera la primera en ser leída dentro de cien años. Los últimos serán los primeros, habían dicho alguna vez.
Cuando abrieron el sobre se encontraron con una sorpresa mayúscula.
Adentro, no había nada.
Las manos quedaron a mitad de camino de lograr un aplauso, las bocas se semi abrieron y por toda aclamación se escucharon murmullos acongojados.
-¿Y las cartas?, ¿y los recuerdos?- pregunto perplejo el intendente.
Todos los funcionarios se miraron entre sí, alzando los hombros y buscando una explicación.
-¿Quién tenía que guardar las cosas en la urna?- repitió indignado.
Todos balbuceaban una explicación inconclusa ante la presencia del periodismo, que mutó rápidamente de gaviotas a hienas.
-¡Vamos, vamos!, rápido, inútiles, vamos todos a buscar las cartas y las cosas, ¡vaya uno a saber donde han quedado!–gruñó entre avergonzado y furibundo el intendente, seguramente pensando en las risas en las filas opositoras y en las tapas de los diarios de mañana.
Así la muchedumbre se dispersó rápidamente diciendo “sin comentarios, sin comentarios” a cualquier micrófono que les acercaran.
La gente se fue yendo, incluido el intendente que a poco de alejarse algunos metros, se dio vuelta y señalándonos al cabezón y a mí nos dijo: Y ustedes se quedan acá hasta que volvamos”. Nos miró brevemente, volvió a girar y se marchó a grandes pasos.
-Ya ves, cabezón, lindo resultó el legado para el bicentenario –le dije a mi compañero.
-Qué va’cer, che. La verdad es que conociendo el tipo de cagada que se mandan a cada rato, prefiero que dejen para el futuro el cofre vacío.
Nos sentamos sobre la pila de tierra, al lado de las palas.
-¿Tardarán mucho en volver?- me preguntó.
Miré el hueco del árbol junto al foso.
-No sé pero mientras tanto, cabezón, cebate un mate.
14 comentarios:
Gracias por publicarlo MaríaC.
No es ninguna maravilla pero espero que les guste.
Un placer, Bug. A mí me gustó muchísimo! La picardía sencillita de los poceros, junto con la cebada de mate final... me encantó.
Jaja! Buenísimo.
"Pícaro" es la palabra, me parece.
Al fin lo leímos, Bugo! :D
Al fin te leemos, querido Bug. Y valió la espera; es un relato excelente , el cual me remite a un pequeño libro que leía de chico llamado "35 cuentos breves argentinos" y en el cual, podría perfectamente caber este cuento. Te pasaste, Petronilo.
María: te contesto con un bruto delay algo que me mandaste dos posts atrás ( viste como soy).De la rodilla ando muy bien, gracias a Eru. Y precisamente él mismo, está sentado al lado mío, señala el monitor mirándome a mí dice perplejo:"pero esta mujer, encima que te trata de borracho y manyín ante la blogosfera entera, no entendió nada. Explicale que vos, ZIPPO, no puede hacer magia. Dale, boló"
Eso me dijo y, usted sabe, los dioses jamás se equivocan, a menos que busquen quilombo, vio. ;)
Lo releo y me avergüenzo, che.
Cuantos errores, cuantos...
Deberían haberla enterrado así, para que vieran la realidad de como somo hoy.
Muy bueno
Asi deberían enterrarlo para que 100 años depues el que lo abra diga "hasta los sueños se robaban en este país".
Muy bueno Bug!!
Ea!
Placer leerlo, hombre, el error es no haber publicado antes.
Me gusta lo que acabo de leer. Muy, muy bueno.
Muy bueno Bug.
El futuro vacío. Tal vez en la urna después pusieron el termo y el mate como para que algo que vale la pena siga en cien años.
Saludos!
The Bug, un genio, aunque ya lo sabía :D este texto ha sido muy inspirador, de verdad, me fue muy grafico :) ¡Abrazos a todos!
Muy bueno. Me gustó que escondiera las manos embarradas. Y me encantó el cofre vacío. Después de todo, quién sabe si el mensaje de abrir el cofre sobrevivirá cien años, ¿no?
Una cosita al margen
Donde dice "Cuando abrieron el sobre se encontraron con una sorpresa mayúscula." ¿no debiera ser cofre en lugar de sobre?
Un beso y felicitaciones por el cuento.
Muy bueno!!!
Felicitaciones
;)
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