viernes, junio 13

T.E.LIT.A.II: Cosas de los viernes

El talentoso Capitán manda un nuevo cuento, radicalmente diferente al que ya disfrutamos antes en este mismo TELITA. Para enternecerse. A leer!

Otra ronda



"Cabezón, cebate un mate", me dijo.
Y entendí.

Y no sabía hasta ese momento. Juro que no sabía. Me había olvidado de todo, de por qué estaba ahí, de por que habíamos llegado a ese lugar. De cómo fue todo, no me acordaba de nada. A veces las cosas se ponen grises y no hay manera de salir de la sombra que cubre todo. A veces no hay manera.
Y no se puede ver. No se llega a ver nada más allá. Sólo la muerte de algo, la tristeza enorme por la muerte. Y la pregunta de siempre es ¿cómo puede ser? Es odio? Qué es? Es bronca por algo en particular?
No, no era eso, sin embargo no podía mirarla a los ojos. No había manera. Yo intentaba y era niebla. Todo niebla. Y me daba cuenta cuando ella intentaba también y miraba para mi lado y no veía nada. Yo la sentía como a tientas acercarse y era tremendo el dolor de verme sin dar un solo paso por llegar más cerca de ella.
Y se muere eh? Lo dejas ahí y se muere solo.
Y la casa como un lugar que no es de uno, como un cuarto de pensión. Como si se desconociera todo. Como si eso que nos rodeaba fuera la vida de otros.
Cuando le invité el café, aquella vez, fue más por inercia que por convencimiento. Diría que estaba más seguro del no que del sí. Digo…considerando que nos conocíamos hacía un par de horas y nada más, nunca nos habíamos visto antes en la vida.
“Tomamos un café?” le dije.
“Dale” me dijo.
Y me dejó helado. Paralizado. Yo que ni pensaba en respuestas siquiera.
Y vinieron solos los domingos por San Telmo y el termo en la mochila y así se hicieron un lugar el sofá y las películas, y quedarse a dormir y cocinar arroz con pollo y sentir la compañía.
Después vino la época en que yo quería un sombrero. Y ella que me acompañaba a recorrer. Yo tengo un problema con eso y ella se enteró en ese momento. No me entra ningún sombrero. Soy muy cabezón. De chico no conseguía gorras, le estiraba los cuellos a las remeras, no me entraban los bonetes en los cumpleaños. Y ella que se entera de todo eso. Y yo con toda mi vergüenza probándome uno y otro y ella que no podía parar de reírse de mí porque yo no encontraba en toda la ciudad nada que me anduviera bien. Probaba sombreros en mi cabezota enorme y a ella se le salían las lágrimas de la risa viendo cómo me quedaban levantaditos los gorritos esos que se usan ahora. Entonces salíamos de ahí y ella me consolaba anunciando otro lugar donde vendían y otra vez la historia de probar sombreritos minúsculos en mi marote redondo y ella que no podía estar dentro de sí, que se tentaba, que contenía la risa y me miraba con el ceño levantado, con la mano tapando la boca, medio señalándome. Las lágrimas que se le escapaban de los ojos, se ponía colorada y parecía que le faltaba el aire. Me pedía que basta, que le dolía la panza, que no me pruebe más. No quería ofenderme pero se notaba excedida por la risa descontrolada que le salía. Se iba del local y volvía seria. Me veía con el gorrito enfrente del espejo y salía corriendo para afuera. Se le escapaba la risa…
Mirá si nos habremos divertido…
Después el entusiasmo se hizo cariño y eso después fue algo como amor y asi las cosas fueron luego unas tras otras como suelen darse. Y después de eso vino la decoración del living y los manteles y la costumbre y los desodorantes y las compras y arreglar el ventilador y el cumpleaños con las tías y el cansancio que no se dice, que se vuelve como un desprecio por el otro, oculto bajo un velo social que se impregna de buenos modales y pone cada vez más distancia. No sé si se puede saber qué es eso ni por qué aparece pero de pronto la suma de estupideces se convierte en un resentimiento que termina resignificando la imagen del otro, como un ser que no se sabe qué hace ahí, por qué está, a qué vino.
Y en eso estábamos, con nuestro silencio denso, con lo no dicho por sobre todo lo demás, flotando en la cocina. Yo leyendo el diario como por hacer algo y ella revisando una caja de fotos que encontró en el placard.
En eso cotidiano y cansador estábamos y me lo dijo.
Ni me miró. Nada. Se quedó con su foto en la mano y me lo dijo.

“Cabezón, cebate un mate”, me dijo.

Y la miré por acto reflejo, como cuando te llaman por un sobrenombre viejo, la mire casi saltando, respondiendo a un llamado tapado por los años.
La miré y me encontré con sus ojos y la vi. La vi a ella.
Y empezó a sonreír, miraba la foto y sonreía.
Y yo que amagué una risa casi de suspiro.
Y ella que sacó una imagen de la galera y empezó la catarata y no pudo evitar sacar la risa esa que tiene que rompe la compostura como a un vidrio y se cagó de risa, se tentó de una manera, pero de una manera… se empezó a reír como hacia años que no escuchaba reír. Se cubría la boca y miraba la foto y se descostillaba.
Y me tentó. Claro que me tentó, no podía parar yo tampoco y ni siquiera trataba de que pase, el cuerpo me pedía la risa y salía sola.
Nos reíamos y yo le miraba las lágrimas que le empezaron a salir y me empezaron a salir a mi también. Y que eran lágrimas de todo lo que venia pasando y todo lo que había pasado y eran la risa también que no se iba nunca y era todo eso otra vez. Todo eso a la vez.
Y la pude mirar a los ojos. Eso es increíble. La pude mirar a los ojos y la vi.
Y vi la vida, los trabajos, las espaldas cargadas, los años, la confianza, la voluntad, la nobleza de ser leal.
Vi los sombreros, la risa, la alegría, las películas, el sofá. El mate por la tarde, el paseo por San Telmo. Vi en un segundo por qué y cómo.
Y entendí.

Y entonces puse la pava al fuego.

Pablo Picotto. Junio 2008.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato me llegò especialmente porque a mì me dicen ¡cabezòn!
Esplèndido, Pablo. Luminoso, reconfortante, tierno, humano. Nada màs.

Anónimo dijo...

Buenísimo, tocayo.

Vontrier dijo...

Mire, Pablo, le voy a decir: a mí me gusta mucho este cuento. Me gusta lo que escribió, pero sabe que es lo que más me gusta?
Lo que dejó callado.
Lo felicito por eso.

Salú

Anónimo dijo...

Delicioso relato. Esperanzador y humano. Hermoso Pablo!

Te felicito.

Vill Gates dijo...

Si lo supiera, diría que tiene la naturalidad, la frescura de lo que se ha vivido, pero no lo sé.

Cada historia despierta colores, recuerdos, sensaciones distintas, pero éste relato me dejó algo muy parecido al que escribió la Srta. Vontrier en este blog.

Será que ambos son muy buenos.

Capitan de su calle dijo...

Bueno...muchas gracias a todos, la verdad que no esperaba tan buenas devoluciones.
Les agradezco sobre todo tomarse un rato y ponerse a leer.
Me han emocionado con comentarios emocionados, lo que habla mejor de su lectura que de mis palabras.

Les agradezco y espero con ansias los relatos que salgan de sus plumas.


Gracias!!!!!!