viernes, febrero 15

Sueño stereo

Duermo y sueño:

que Soda Stereo hará un recital en un lugar de la costa, Pinamar o Villa Gessell. Y resulta que en el sueño me reconozco como fan y deseo mucho volver a verlos en concierto -jamás los vi ni fui fan de ellos, en esta realidad, pero en la del sueño yo tenía el recuerdo de haber estado en otros recitales suyos-. Resulta también que, para evitar que se llene de gente el pueblo, el intendente ha decidido que la venta de entradas se hará únicamente en el pueblo, nada de venta telefónica, internet ni puntos de venta en otras ciudades. El costo del pasaje es increíblemente alto, igual que el de la entrada. A mí no me alcanza ni siquiera para la mitad de la entrada pero deseo tanto ir. Un grupo de amigos míos, también fans (otro bolazo), me pagan entre ellos el pasaje. El viaje es ameno, mucha algarabía, como de adolescentes, pero no lo disfruto mucho, estoy un poco inquieta porque no está Francisco y no estoy acostumbrada a dejarlo en otro lado (no sé adónde lo dejé, sólo sé que lo dejé a buen seguro). Cuando llegamos al pueblo vemos que hay muchos grupos como el nuestro, es ciudad tomada por los fans. Todos son extremadamente jóvenes, me siento extraña ahí, fuera de lugar. La venta de entradas se hace en un edificio que se parece sospechosamente al Anses de Mexico y Paseo Colón. Adentro hay muchas mesas grandes con formularios, y muchisimos guardias de seguridad, contratados con motivo del recital, que cumplen la doble función de vigilar y orientarte. Me dicen que tengo que llenar el formulario con mi nombre y DNI y que luego me van a dar un numerito y con eso iré a la caja y pagaré la entrada. Alguien dice que lo del dni es por seguridad. Sé que no me va a alcanzar el dinero para la entrada pero aún así hago el trámite. No traje lapicera y me angustio pensando que no voy a poder escribir, pero enseguida consigo una. Lleno el formulario pero no me animo a ir a la caja, por vergüenza, y me agarra una gran desazón. Alrededor de la mesa se ha juntado más gente y entonces veo a Mariano, un noviete que supe tener como a mis veinte años, que, él sí, era fan de Soda. Se me acerca como si aún fuéramos novios, y cuando está a punto de besarme me doy cuenta de que él sigue teniendo veinte años, tiene la piel luminosa y fresca como cuando era adolescente. Es entonces que me doy cuenta de que estoy soñando. Le sonrío a Mariano y le acaricio la cara, que se deshace en luz ni bien la toco. Me digo a mí misma: "fue un gusto volver a verte". Una de las guardias de seguridad se me acerca y con expresión ansiosa me dice que notoó que yo no tengo dinero, pero que si contesto bien un cuestionario sobre el grupo me dejarán ir gratis al recital. Le sonrío también, plenamente consciente de que estoy soñanado, y le digo que no puedo contestar ni una pregunta porque no sé nada del grupo, que nunca me llamó mayormente la atención, y que mejor le dan la entrada a alguno más interesado. Y pienso en que tengo ganas de ver a Francisco.

Y eso es lo que me acuerdo.

2 comentarios:

Vill Gates dijo...

Y bueno, es que que la edad se esconde en recovecos de nuestra mente y nos hace ver las cosas con el color de su cristal... Lo que sucede es que nunca sabemos de qué color es para darnos cuenta.

¿Cómo anda todo María?

MariaCe dijo...

Hola Vill, qué gusto verte por acá.
Yo ando bien, con muchiiiiisimo trabajo -porque es la temporada alta en este negocio-, y extrañando las Equidistancias... o lo que tenga para escribir... cuándo retomamos?? Espero ansiosa.
Vos cómo andás? Charlemos!