miércoles, diciembre 5

T.E.LIT.A: otro más!

En este post, el aporte de Mortadela a T.E.LIT.A. Disfrútenlo! Pero antes, quisiera pedirles: si alguien sabe quién es el autor de la imagen que presentamos como "disparador" en este Taller, mucho le agradecería me lo haga conocer (me da cosita estar usando esta imagen y no poder mencionar la autoría...). Bien, al cuento, pues:




Ajada rutina

Gervasia despertó y se desperezó mientras miraba hacia la ventana. Deseó que fuera de día, pero su despertador y la oscuridad que no se animaba a entrar por las hendijas de la persiana le anunciaron que eran las cuatro de la mañana. Otra vez las cuatro de la mañana, como todos los días.
La cama la abrazaba y la abrasaba. Era enero y un fuego sudoroso oficiaba de camisón líquido e indeseado. Se sentó en la cama, apoyó los pies en el piso y sintió un alivio: era lo único fresco que había en la casa. Caminó lentamente hacia el baño y, por el camino, se frotó la cara con las manos. Sintió dolor. Otra vez el dolor, como tantas veces, como tantos días, como tantas madrugadas.
Ovidio había dejado el rastro otra vez. Como un artista, Ovidio autografiaba sus borracheras en su lienzo favorito: la cara de Gervasia.
Una lágrima intentó borrar la pintura en hematomas de su marido, pero siguió caminando hasta el baño. Encendió la luz y vio que esta vez el cuadro era el más oscuro de todos. Se lavó la cara, suspiró y se lavó de nuevo. Caminó hasta la cocina, sacó de la heladera un churrasco y se lo puso sobre la hiperojera derecha para ver si con eso podía apaciguar la hinchazón y el moretón. Sabía perfectamente que no iba a cambiar nada, pero hizo el intento igual, como siempre.
Como siempre también pensó en irse. Como siempre todo. Como siempre.
Preparó el desayuno y puso a calentar una ollita para bañarse e ir al trabajo. Planchadora. Planchadora en verano, el peor oficio que había en esa época.
Tomó el té lavado en tres sorbos que le quemaron hasta el alma, una forma habitual de castigo que Gervasia se autoimponía cada vez que Ovi le daba su inmerecido.
Se bañó, salió casi corriendo de la casa y a las cinco de la mañana ya estaba en la tintorería del señor Marmonti.

Plato del día: manteles. ¿Quién querría manteles en semejante cantidad en enero? Pues no se sabía, pero había que lavarlos, blanquearlos y plancharlos al almidón.
Estiró los primeros dos manteles sobre la mesa del planchado y cargó la plancha con varios chispeantes carboncillos. Planchó una y otra vez, hasta que pudo desacartonar el primer mantel. Cuando estaba por darlo vuelta, Marmonti apareció. La miró como siempre, una y otra vez con la líbido repugnante que se le escapaba por el párpado inferior. La tocó, la rozó y la volvió a tocar con las manos. Gervasia siguió planchando, como si nada hubiera sucedido. Como siempre.
Al cabo de un rato, Marmonti se cansó de sobar a su empleada y, con un falso compadecimiento, le preguntó hasta cuando iba a dejar que Ovidio la golpeara de ese modo. Gervasia bajó la cabeza y siguió planchando. Ya iba por el cuarto mantel sobre la mesa y quedaban más de cien para terminar.
Cada vez planchaba con más fuerza y con más furia. Cada mantel tenía retratadas las caras de Ovidio y de Marmonti, en oscuro y en claro, en arrugado y en liso. Cada pasada con la plancha era una paliza vengada de Ovi y una toqueteada de Marmonti. “Son las pelotas, son las pelotas” pensaba y planchaba cada vez con más fuerza.

A las seis de la tarde y con más de treinta grados, con metros y metros de vapor en la cara, los brazos y el pecho, Gervasia se detuvo y suspiró largo y lento. Al instante apareció el jefe. La volvió a tocar, sin recato, sin disimulo ante el resto de las empleadas, sin asco y con bereberes al oído que jamás pudo descifrar.

Esta vez Gervasia lo miró. Se volteó y lo miró. Le clavó los ojos grises y helados en los pardos de él. Marmonti se sonrió con aires de gigoló de cabotaje, con su sonrisa de siete de espadas, con la boca echada hacia un lado.

Gervasia se sonrió y dijo “Gracias”... y al segundo, le apoyó la plancha en el asqueroso y transpirado bajo vientre. Doblado, Marmonti se echó en el piso a los gritos, entre quejas de dolor e insultos a su empleada preferida. Gervasia salió corriendo con la plancha cargada y en la mano.

Corrió las doce cuadras que la separaban de su casa y entró. Ovidio tomaba caña sentado en la mesita del patio, como siempre. Gervasia lo saludó y puso la plancha sobre la cocina económica que, sin razón, estaba encendida y cargada de leña como para cocinar tres días seguidos. Fue al baño, se refrescó y suspiró enfrente del espejo de nuevo, como en la mañana. También como en la mañana, se miró los moretones que ni una vaca entera podía borrar.

Salió del baño, fue a la cocina, tomó la plancha y fue al encuentro de Ovidio. Lo abrazó por detrás y lo abrasó con la plancha por delante.

Ovidio gritó. Gervasia también. Ovidio de dolor, Gervasia de venganza: “Este cuadro hoy lo firmo yo”.

Mortadela
5.12.07.-

(Vea los T.E.LIT.A. anteriores, le van a encantar también!)

1 comentarios:

gabrielaa. dijo...

muy bueno!