Post de entrecasa

Los primeros días de enero siempre me resultan un embole. Las fiestas, breves y pantagruélicas, me dejan una confusión (resaca?) que los "días puente" no ayudan a disipar. En mi medio laboral, hay quienes los trabajan y quienes no. Los que no trabajan ni aparecen, bien por ellos. Los que sí, gozan de la misma confusión que yo, pero como lo mío es dar servicio y lo de ellos es pedirlo, me piden desganadamente una serie de estupideces que me veo obligada a cumplir. Y las cumplo con el mismo desgano, o sea, a reglamento. Si me piden chequear cinco locaciones, chequeo dos. Claro que a la hora me arrepiento y chequeo las siguientes, pensando que se me va a acumular demasiado trabajo para el lunes, y, justo es reconocerlo, aunque trabaje como una burra, no-me-gusta-trabajar. A veces no me gusta mi trabajo, a veces lo que no me gusta es mi empleo. Siempre fue así, y sin embargo, nunca dejé de trabajar. Mi vagancia natural estuvo siempre en conflicto con el mandato de "ganarás el pan con el sudor de tu frente", que lo debo traer en los genes también, como todo descendiente de italiano patasucia.

Como vengo atrasada con todo (y cuando digo todo es TODO), ni siquiera hice balance como hace otra gente, en diciembre. ¿Cómo podría hacerlo, si todavía tengo fresquísimos en mi cabeza los recuerdos del enero anterior? La información del año quedó ahí, sin procesar. Estoy cansada con un cansancio de tanto tiempo y de tantas causas, me llevaría meses separar la paja del trigo.

Por suerte, contaré con esos meses. Porque como todos saben, el año recién comienza en abril.