Todos los años te armé el arbolito, pero eras demasiado chiquito, y ni bien lo desarmaba te olvidabas de él. Pero el año pasado pensé que para la próxima oportunidad ya ibas a participar de todo el rito, así que fui previsora y guardé todo muy prolijo, una caja para los adornos, otra para las luces, otra para las cintas, y el arbolito dentro de una bolsa de consorcio.
No me importan el rito ni la tradición, me importa que, en mi propia infancia, todo el asunto tenía una belleza y una luz y una alegría extremas, y por eso quise transmitírtelo. Para que vos también lo vivieras. Quizá esa es la razón por la que estas y otras cosas se transmitan de generación en generación. Uno debiera dejar de hacerlo cuando ya ha perdido sentido, cuando ya no recordamos ni por qué lo hacemos. Pero por ahora lo tiene, y entonces vale la pena. Te sigo contando, entonces...
Dos días antes te dije: "el lunes 8 vamos a armar el Arbolito y vos me vas a ayudar, ¿querés?". Dijiste que sí, con la seriedad y la despreocupación de los cuatro años que estrenaste hace un par de meses. El domingo me preguntaste: "¿hoy es lunesocho?", te dije que no y no preguntaste más. El lunes, feriado, fui a buscar todo. Lo primero fue la bolsa con el árbol, que estaba polvoriento y todo torcido después de pasar un año entero entre los trastos.
Había pensado en comprar un árbol nuevo, para que lo estrenaras vos, pero la verdad es que me encanta este árbol. Me acuerdo del momento en que lo compré, fue mi primer árbol, es decir, no el árbol de la casa familiar sino el mío propio, y aunque no pasé una sola navidad junto a él, me adornó las previas, y sobre todo, afianzó mi intento de hogar, de lugar mío, después de aquel amor devastador que dejó mi vida desvencijada durante un tiempo. No, no voy a deshacerme de este arbolito. No todavía.
No te pareció gran cosa ese árbol de plástico sucio y torcido. Lo limpié, le enderecé las ramas, y aunque ganaste algo de entusiasmo, todavía seguía sin parecerte gran cosa. Pero entonces abrí las cajas, y ahí empezó el asombro. Tus ojitos se abrieron maravillados ante las pelotitas doradas, las cajitas rojas simulando regalitos mínimos, los pequeños papanoeles rojos, plateados, dorados, la estrella de Belén. Las cintas te resultaron fascinantes y empezaste a correr por el living enroscándote con ellas. No te llamó la atención la tira de pelotas opacas, y te desilusionó cuando te dije que esa tira sería lo primero que pondríamos en el árbol. "Primero la tira, después las cintas, y al final los adornos".
"Primero las luces, después las cintas, y al final los colgantes. De adentro para afuera se arma el arbolito, porque si no se engancha todo." Yo tenía seis o siete años cuando mi mamá me permitió tocar los adornos por primera vez, porque en esa época eran frágiles y costosos. Tuve mucho cuidado, pero cuando una de las bolas se me cayó y se hizo añicos en el piso, me puse a llorar de frustración. No obstante, el llanto me duró poquito porque, maravilla de maravillas, cada fragmento era un espejito cóncavo, parecía que se hubieran desparramado cientos de estrellas en el piso del vestíbulo. Siempre me gustaron tanto los objetos brillantes!
Yo me encargué de la tira y las cintas, y te dejé a vos la tarea de colgar los adornos a tu antojo. Lo hiciste muy bien, con cuidado y prolijito. Mientras lo armábamos, te fui contando el cuento de Papá Noel. Esa idea del cuento me la dio Mabel, y me resultó útil. Quiero decir: no te conté que existía un Papá Noel, te conté que había un cuento. Un cuento que decía que un señor que vivía en el Polo Norte, cada año, para la fecha del cumpleaños del Jesú (como lo llamás vos), repartía regalos a los nenes. Entonces, nosotros, ahora que llegaba esa fecha, jugaríamos a ser Papá Noel. Compraríamos regalos y los dejaríamos bajo el arbolito para que los nenes los encontraran. "¿Todos los nenes?", preguntaste. "Todos los que podamos", te contesté. "¿Yo también?" "Vos también, claro".
A mí no me lo contaban como cuento, recordé. Me contaban simplemente que venía Papá Noel, yo lo creía sin más ni más. El Papá Noel de mi infancia traía una bombachita rosa, ocasionalmente también algunas golosinas (los regalos "importantes" eran cosa de los Reyes Magos). Unos días antes de la Navidad, acompañaba a mi mamá a llevar bolsas con golosinas, juguetes y ropitas a la iglesia o al patronato. Me intrigaba por qué éramos nosotros quienes teníamos que llevar esos regalos, por qué Papá Noel no le dejaba nada a esos otros nenes. Pero nunca se lo pregunté a mi madre ni a nadie. Hoy creo que de alguna manera sabía que lo del Papá Noel era un cuento, y que para muchos otros nenes no habría ningún Papá Noel ni Rey Mago salvo el que fabricara algún adulto para ellos, y supongo que temía que si hacía la pregunta en voz alta, se perdiera la magia y ya no recibiera ningún regalo yo misma. La generosidad y el egoísmo van de la mano, en la infancia. Lamentablemente, en la adultez no suelen ir muy parejo.
Cuando ya estaba todo listo, apareció una cajita más, llena de moñitos azules con estrellitas. Las distribuimos a discreción. Había quedado bonito. Un poco inestable, cierto, porque hace unos años el pie se perdió y desde entonces lo reemplacé con una lata plateada que hace las veces de maceta. "No hay que estar tocándolo", te recomendé, "es para mirarlo nomás". Elegimos un lugar en el living -al lado de la ventana y cerca de un enchufe-, lo colocamos sobre un banquito. Lo mirabas como con respeto. Pero yo te tenía una sorpresa más. Esa tira con pelotas opacas, que no te había llamado la atención... cuando la enchufé, todas las pelotas se iluminaron suavemente, y empezaron a parpadear. Te quedaste boquiabierto, tu fascinación fue palpable. "Qué liiiiiiiindo....", dijiste.
Desde entonces, todas las noches encendimos un rato el árbol. Y te fui contando otras cosas. De los juguetes que ya no usabas, de la ropa que ya te quedaba chica. Que las vamos a llevar juntos a la Salita, para que las puedan repartir a otros nenes. No sé cuánto entendiste, yo misma no entiendo mucho de todo esto. No importa si es caridad, si en la caridad hay soberbia, si es oportunidad que aprovechás para descartar cosas que ya no te sirven. No hay que pensarlo mucho, hay que hacerlo y ya. Porque, aunque sea por un ratito, es alegría, belleza, luz. No lo tenemos todo el tiempo, eso. Sigue teniendo sentido. Feliz Navidad, mi chiquito.
No me importan el rito ni la tradición, me importa que, en mi propia infancia, todo el asunto tenía una belleza y una luz y una alegría extremas, y por eso quise transmitírtelo. Para que vos también lo vivieras. Quizá esa es la razón por la que estas y otras cosas se transmitan de generación en generación. Uno debiera dejar de hacerlo cuando ya ha perdido sentido, cuando ya no recordamos ni por qué lo hacemos. Pero por ahora lo tiene, y entonces vale la pena. Te sigo contando, entonces...
Dos días antes te dije: "el lunes 8 vamos a armar el Arbolito y vos me vas a ayudar, ¿querés?". Dijiste que sí, con la seriedad y la despreocupación de los cuatro años que estrenaste hace un par de meses. El domingo me preguntaste: "¿hoy es lunesocho?", te dije que no y no preguntaste más. El lunes, feriado, fui a buscar todo. Lo primero fue la bolsa con el árbol, que estaba polvoriento y todo torcido después de pasar un año entero entre los trastos.
Había pensado en comprar un árbol nuevo, para que lo estrenaras vos, pero la verdad es que me encanta este árbol. Me acuerdo del momento en que lo compré, fue mi primer árbol, es decir, no el árbol de la casa familiar sino el mío propio, y aunque no pasé una sola navidad junto a él, me adornó las previas, y sobre todo, afianzó mi intento de hogar, de lugar mío, después de aquel amor devastador que dejó mi vida desvencijada durante un tiempo. No, no voy a deshacerme de este arbolito. No todavía.
No te pareció gran cosa ese árbol de plástico sucio y torcido. Lo limpié, le enderecé las ramas, y aunque ganaste algo de entusiasmo, todavía seguía sin parecerte gran cosa. Pero entonces abrí las cajas, y ahí empezó el asombro. Tus ojitos se abrieron maravillados ante las pelotitas doradas, las cajitas rojas simulando regalitos mínimos, los pequeños papanoeles rojos, plateados, dorados, la estrella de Belén. Las cintas te resultaron fascinantes y empezaste a correr por el living enroscándote con ellas. No te llamó la atención la tira de pelotas opacas, y te desilusionó cuando te dije que esa tira sería lo primero que pondríamos en el árbol. "Primero la tira, después las cintas, y al final los adornos".
"Primero las luces, después las cintas, y al final los colgantes. De adentro para afuera se arma el arbolito, porque si no se engancha todo." Yo tenía seis o siete años cuando mi mamá me permitió tocar los adornos por primera vez, porque en esa época eran frágiles y costosos. Tuve mucho cuidado, pero cuando una de las bolas se me cayó y se hizo añicos en el piso, me puse a llorar de frustración. No obstante, el llanto me duró poquito porque, maravilla de maravillas, cada fragmento era un espejito cóncavo, parecía que se hubieran desparramado cientos de estrellas en el piso del vestíbulo. Siempre me gustaron tanto los objetos brillantes!
Yo me encargué de la tira y las cintas, y te dejé a vos la tarea de colgar los adornos a tu antojo. Lo hiciste muy bien, con cuidado y prolijito. Mientras lo armábamos, te fui contando el cuento de Papá Noel. Esa idea del cuento me la dio Mabel, y me resultó útil. Quiero decir: no te conté que existía un Papá Noel, te conté que había un cuento. Un cuento que decía que un señor que vivía en el Polo Norte, cada año, para la fecha del cumpleaños del Jesú (como lo llamás vos), repartía regalos a los nenes. Entonces, nosotros, ahora que llegaba esa fecha, jugaríamos a ser Papá Noel. Compraríamos regalos y los dejaríamos bajo el arbolito para que los nenes los encontraran. "¿Todos los nenes?", preguntaste. "Todos los que podamos", te contesté. "¿Yo también?" "Vos también, claro".
A mí no me lo contaban como cuento, recordé. Me contaban simplemente que venía Papá Noel, yo lo creía sin más ni más. El Papá Noel de mi infancia traía una bombachita rosa, ocasionalmente también algunas golosinas (los regalos "importantes" eran cosa de los Reyes Magos). Unos días antes de la Navidad, acompañaba a mi mamá a llevar bolsas con golosinas, juguetes y ropitas a la iglesia o al patronato. Me intrigaba por qué éramos nosotros quienes teníamos que llevar esos regalos, por qué Papá Noel no le dejaba nada a esos otros nenes. Pero nunca se lo pregunté a mi madre ni a nadie. Hoy creo que de alguna manera sabía que lo del Papá Noel era un cuento, y que para muchos otros nenes no habría ningún Papá Noel ni Rey Mago salvo el que fabricara algún adulto para ellos, y supongo que temía que si hacía la pregunta en voz alta, se perdiera la magia y ya no recibiera ningún regalo yo misma. La generosidad y el egoísmo van de la mano, en la infancia. Lamentablemente, en la adultez no suelen ir muy parejo.
Cuando ya estaba todo listo, apareció una cajita más, llena de moñitos azules con estrellitas. Las distribuimos a discreción. Había quedado bonito. Un poco inestable, cierto, porque hace unos años el pie se perdió y desde entonces lo reemplacé con una lata plateada que hace las veces de maceta. "No hay que estar tocándolo", te recomendé, "es para mirarlo nomás". Elegimos un lugar en el living -al lado de la ventana y cerca de un enchufe-, lo colocamos sobre un banquito. Lo mirabas como con respeto. Pero yo te tenía una sorpresa más. Esa tira con pelotas opacas, que no te había llamado la atención... cuando la enchufé, todas las pelotas se iluminaron suavemente, y empezaron a parpadear. Te quedaste boquiabierto, tu fascinación fue palpable. "Qué liiiiiiiindo....", dijiste.
Desde entonces, todas las noches encendimos un rato el árbol. Y te fui contando otras cosas. De los juguetes que ya no usabas, de la ropa que ya te quedaba chica. Que las vamos a llevar juntos a la Salita, para que las puedan repartir a otros nenes. No sé cuánto entendiste, yo misma no entiendo mucho de todo esto. No importa si es caridad, si en la caridad hay soberbia, si es oportunidad que aprovechás para descartar cosas que ya no te sirven. No hay que pensarlo mucho, hay que hacerlo y ya. Porque, aunque sea por un ratito, es alegría, belleza, luz. No lo tenemos todo el tiempo, eso. Sigue teniendo sentido. Feliz Navidad, mi chiquito.
Diciembre de 2008. El arbolito que armamos Fran y yo.
12 comentarios:
Querida MaríaC, creo que ésta es una de las mejores cosas de los hijos:ser uno por un momento un poquito mago. Magos porque abrimos puertas maravillosas para ellos. Y estamos también ahí para cuando es el momento de que se desvanezcan ( Papá Noel, los reyes y el ratón...no necesariamente en ese orden)
En casa, los tres monitos hacen el árbol,yo no toco nada, y es el ritual de cada noche, el decir "Oki, prendé el arbol"...ya que es el más chico y el que también queda maravillado por las luces.
Y también porque para él, calculo que ésta es la última navidad como creyente.
Hermoso relato.
beso grande!
sí laMaríaCé
después le cuento
abrazo
Hermoso relato, lleno de sentimiento. Una gran deuda de mi infancia es el árbol de navidad, era el único chico de la cuadra que no tenia. Siempre estaba la invitación de mis amigos a que armara con ellos el árbol y el pesebre.
Un beso grande.
:)
Nada más que agregar.
Me emocionaste, amiga.
Aún recuerdo el día 8 en casa cuando niño, y ahora le encuentro la explicación al entusiasmo con el que armamos el arbolito con mis hijos. Y que , pese a que tienen todo lo que necesitan y aún más, se maravillan todavía cuando lo encienden.Coincido con la mona, en ese momento uno es un poco mago. Abrazos.
Lo lindo de relatos como éstos es cuando uno conoce a sus protagonistas... y se los imagina en cara, actitud, sonrisa, ojos, manos, casa... y el hermoso corolario de donar cosas al queridísimo centro 15.
Ver los festejos de otros a veces mejoran el propio festejo; este es un caso.
Besote!
Gracias a todos, amigos, por sus comentarios.
Como conclusión me queda: que los podentaristas parecen muy duros, muy gente vivida y ácida, pero a la final son todos re chuchis y sensibles, que se derriten con una simple historia de navidad. Si Tranca los lee, cuánto dolor sentirá, cuánto! :D
Relatás hermosas cosas. Eso no es novedad.
Tenés una manera de vivir las cosas, de verlas, y de ponerlas en palabras, que me hacen admirarte, che! Y me emocionaste, mucho.
Gracias por abrir(me/nos) una ventanita a tu forma de vivir Navidad, las Fiestas, tu Maternidad... La cosa.
Besos, bella! :)
Es el mejor post de navidad que leí.
Un abrazo.
Feliz año nuevo, MariaCé.
Que en este 2009 tengamos más tiempo para compartir mates. :)
Beso!
Me duele tanto pero tanto la muela que si digo lo que en este momento pienso de papá noel, temo que se materialise de la nada misma y me corte la cabeza con un hacha verde y roja. El muy cabrón.
Salut
Hay un detalle que pinta de cuerpo entero el gusto que me dio tu relato: hace meses que ante un post largo como este no resisto la tentación de saltearme párrafos o abandonarme por la mitad y sin embargo éste me lo pude devorar de un tirón.
Gracias por el texto.
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