Así es nomás, el señor MoscaBrava vuelve al ruedo del TELITA. Por razones personales, el texto me resultó especialmente conmovedor. Acá va:
LA MOSCA EN EL HULE
A veces una tiene la sensación de, llamémosle de alguna manera, vísperas de algo. Es como estar viviendo los últimos días de una época que va inevitablemente hacia su fin. Y pensás: nadie puede estar consciente de vivir las vísperas de un acontecimiento inesperado, porque si no, no lo sería, ¿no?, pero cuando ya viviste algunos años y recordás aquellas sensaciones, decís: ¡Pucha! ¡Sí que estaba en lo cierto! Porque inmediatamente pasó tal cosa y el rumbo cambió.
Entonces ¿es que acaso se puede percibir de antemano el detonante? ¿O es un simple engaño más a los que me tiene acostumbrada esta veleidosa razón? Claro, digo, porque ahora percibo que estoy en vísperas. Acá, en esta tarde tempranamente otoñal, con nubes amenazadoras; con un espacio de tiempo que no sé de dónde salió (tal vez el nene que se durmió antes de hora o el agua del mate que se calentó más rápido). Lo cierto es que tengo este rato como si fuera una bola de masa entre las manos.
Algo debe estar por pasar porque es como si el émbolo del acontecer hiciera un vacío, que es éste que yo percibo, para descerrajar después una catarata de sucesos inmanejables. Y, generalmente, lo poco predecible te hace percha, porque si no, vos te acomodás, y, aparte, porque los que pueden predecirlo, que a veces son los mismos que los provocan, buscan quien pague los platos rotos, y que cuantos más son, mejor, para el que cobra.
Digo todo esto porque la sensación de vísperas es parecida al regusto del peligro inminente: esa sensación de que parece que se te agolpa toda la sangre en el hocico, y nada bueno viene después.
Pero, tal vez, esté exagerando y nada haya que temer. Quizás sea esta visión de cielo encapotado, la baja presión atmosférica, el frío que eriza la piel,…Porque los fenómenos climáticos también te trabajan en la sesera, y te pueden producir sensaciones que atolondradas como yo podemos atribuir a presentimientos o intuiciones. Intuiciones justo yo, que a mí siempre me agarran con lo puesto. Para todo, ¿eh? Por eso, a lo mejor, me esté dando manija sola o alguno de los charlatanes que tengo por amigos, me haya dejado el sonsonete en la cabeza de que todo se va a pudrir: que el loco éste que subió es peor que Videla y va a meter más palo, todavía, a pesar de que es clarito que se quiere alinear con los yanquis y que los yanquis no van a aguantar a otro carnicero impresentable. Que los sindicalistas ya no le tienen más miedo a los milicos y que van a salir a la calle a reclamar por los salarios y las condiciones de trabajo. Y que pim y que pam. Como si esas cosas, digo, lo macro, lo que acontece en las altas esferas del poder pudieran modificar la vida cotidiana, los verdaderos hechos cotidianos, de la gente. Esos que, si me asomo a la ventana, voy a ver hoy igual que ayer, y que el mes pasado, y que hace diez años. Un vecino paseando al perro; tres chicos corriendo detrás de una pelota; dos vecinas charlando en la vereda. Digo yo, esta gente: ¿Seguiría con esas actividades, rutinarias pero apacibles, si percibieran esa sensación de vísperas? ¿Es posible que yo sola, cavilando en esta pieza, pueda presentir lo que ellos saben que no se va a producir? Claro, no va a faltar quien me hable de la banalidad, de la felicidad que da la inconsciencia, que la animalidad es la que rehuye el peligro y la racionalidad la que lo enfrenta, como dice Beto cuando se clava los puñales por el entrañable compañero desaparecido (él porque está en Colombia; los que estamos acá ni tiempo hemos tenido de reprocharnos nada, tan ocupados como estamos en salvar el pellejo). Como si la animalidad fuera la nota característica de todos los que pasean frente a mi ventana en un desfile de bucólica ignorancia, y en esa animalidad no importara el salario no porque no vivan de eso sino porque que el miedo animal es más fuerte que cualquier razonamiento; como el nene que duerme en el sillón y apenas si se estremece cuando lo arropo un poco más, como esa mosca que posada sobre el hule se restrega las patas (habrá entrado ahuyentada por el frío también) y que me tienta a darle un golpe con el repasador húmedo que tengo sobre la falda.
¿Percibirá la mosca esa sensación de peligro inminente cuando alzo sigilosamente el brazo con el repasador empuñado? ¿Le permitirá su animalidad prever el golpe que le estoy por asestar? Mi viejo decía, ponete de frente a la mosca, porque vuela siempre para arriba y adelante, de esa manera tenes menos posibilidades de errarle. Debería evaluar qué es mejor, si despertar al crío con el ruido del repasador sobre el hule o que lo despierte en el momento en que quiero espantarle al insecto que ansía posarse sobre él. ¿Tengo alguna posiblidad de perdonarle la vida a esta inmundicia? O mejor dicho, aunque sea una inmundicia, si tengo una posiblidad de mantenerla con vida: ¿Es mejor que lo intente? ¿Que mate a la mosca, por más lugar de excrecencia que ocupe, mejora algo para alguien? La respuesta es indudable, y en base a ella voy a tomar la decisión de no interrumpir su vida pero voy a a impedir por todos los medios que moleste a mi hijo, o a mi comida.
Un pacto casi animal. Desde mi animalidad a su animalidad. Mirá vos, si la mosca me sorprendiera y me propusiera un pacto desde su racionalidad (si la tuviera) hacia la mía que yo sé, sí, que la tengo (limitada, poco pulida, tal vez, pero la tengo), y la mosca es posible que (si tiene alguna racionalidad que su animalidad le permita) sabe tambien que la tengo.
En tren de suponer: ¿Qué pacto podría proponerme la mosca? ¿Acaso revelarme un secreto descubierto en un basural? Allí donde se tiran los desperdicios y me consta que entre ellos están las cenizas de los libros, las revistas, los cuadernos de anotaciones que hemos quemado porque nos incriminaban. Bien podría ser que me revelara secretos de los que no podemos ver nosotros. Sí, porque no queremos también, mosca. ¡No te vengas a erigir en juez mío, ahora! ¡Habráse visto insolencia! (como dijo Violeta) venir a decirme a mí, semejante insecto, que lo suyo es unicamente oral. Pero es que una mosca no dice, ni piensa, a lo sumo soy yo la que piensa que me transmite algo.
¿De dónde sacaste esto, mosca? ¡No me vas a querer hacer creer que no sabés que no soy yo! Bueno, pero no me despertés al Cabezón, eh?
- Vos, cebate un mate.
Ah! Lo que me dijo la mosca fue la canción esa que llamamos “A los no desaparecidos del Proceso”:
He pasado entre aquellos, extraño, pero nadie notó que lo era, tan polizón que ninguno, ni yo mismo, ha sospechado de mí.
Venía de un paraíso en el que nunca he estado porque mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser.
Nadie me ha reconocido bajo el disfraz de la igualdad, porque los que de mí sabían me suponían desparecido y no disfrazado.
Me han recibido en sus casas y han estrechado mi mano, me vieron pasar por sus calles como si yo estuviera allí, pero quien soy, no ha estado nunca en sus salas; quien vivo, no tiene manos que estrechen otros; quien me conozco, no tiene calles por donde transitar.
A algunos de nosotros esta distancia que media entre el ser y uno mismo no les ha sido revelada. Para otros, es el horror y la angustia que, a veces, iluminan los relámpagos. Y hay para quien es la dolorosa constancia de los días de la vida.
Saber bien quiénes somos no es cosa de nosotros, que lo que pensamos y sentimos es siempre una traducción, que lo que queremos, no lo hemos querido, como extranjeros exiliados en nuestras propias almas.
¡Ya sé! A vos también te parece que lo escuchaste antes. ¿No?
A veces una tiene la sensación de, llamémosle de alguna manera, vísperas de algo. Es como estar viviendo los últimos días de una época que va inevitablemente hacia su fin. Y pensás: nadie puede estar consciente de vivir las vísperas de un acontecimiento inesperado, porque si no, no lo sería, ¿no?, pero cuando ya viviste algunos años y recordás aquellas sensaciones, decís: ¡Pucha! ¡Sí que estaba en lo cierto! Porque inmediatamente pasó tal cosa y el rumbo cambió.
Entonces ¿es que acaso se puede percibir de antemano el detonante? ¿O es un simple engaño más a los que me tiene acostumbrada esta veleidosa razón? Claro, digo, porque ahora percibo que estoy en vísperas. Acá, en esta tarde tempranamente otoñal, con nubes amenazadoras; con un espacio de tiempo que no sé de dónde salió (tal vez el nene que se durmió antes de hora o el agua del mate que se calentó más rápido). Lo cierto es que tengo este rato como si fuera una bola de masa entre las manos.
Algo debe estar por pasar porque es como si el émbolo del acontecer hiciera un vacío, que es éste que yo percibo, para descerrajar después una catarata de sucesos inmanejables. Y, generalmente, lo poco predecible te hace percha, porque si no, vos te acomodás, y, aparte, porque los que pueden predecirlo, que a veces son los mismos que los provocan, buscan quien pague los platos rotos, y que cuantos más son, mejor, para el que cobra.
Digo todo esto porque la sensación de vísperas es parecida al regusto del peligro inminente: esa sensación de que parece que se te agolpa toda la sangre en el hocico, y nada bueno viene después.
Pero, tal vez, esté exagerando y nada haya que temer. Quizás sea esta visión de cielo encapotado, la baja presión atmosférica, el frío que eriza la piel,…Porque los fenómenos climáticos también te trabajan en la sesera, y te pueden producir sensaciones que atolondradas como yo podemos atribuir a presentimientos o intuiciones. Intuiciones justo yo, que a mí siempre me agarran con lo puesto. Para todo, ¿eh? Por eso, a lo mejor, me esté dando manija sola o alguno de los charlatanes que tengo por amigos, me haya dejado el sonsonete en la cabeza de que todo se va a pudrir: que el loco éste que subió es peor que Videla y va a meter más palo, todavía, a pesar de que es clarito que se quiere alinear con los yanquis y que los yanquis no van a aguantar a otro carnicero impresentable. Que los sindicalistas ya no le tienen más miedo a los milicos y que van a salir a la calle a reclamar por los salarios y las condiciones de trabajo. Y que pim y que pam. Como si esas cosas, digo, lo macro, lo que acontece en las altas esferas del poder pudieran modificar la vida cotidiana, los verdaderos hechos cotidianos, de la gente. Esos que, si me asomo a la ventana, voy a ver hoy igual que ayer, y que el mes pasado, y que hace diez años. Un vecino paseando al perro; tres chicos corriendo detrás de una pelota; dos vecinas charlando en la vereda. Digo yo, esta gente: ¿Seguiría con esas actividades, rutinarias pero apacibles, si percibieran esa sensación de vísperas? ¿Es posible que yo sola, cavilando en esta pieza, pueda presentir lo que ellos saben que no se va a producir? Claro, no va a faltar quien me hable de la banalidad, de la felicidad que da la inconsciencia, que la animalidad es la que rehuye el peligro y la racionalidad la que lo enfrenta, como dice Beto cuando se clava los puñales por el entrañable compañero desaparecido (él porque está en Colombia; los que estamos acá ni tiempo hemos tenido de reprocharnos nada, tan ocupados como estamos en salvar el pellejo). Como si la animalidad fuera la nota característica de todos los que pasean frente a mi ventana en un desfile de bucólica ignorancia, y en esa animalidad no importara el salario no porque no vivan de eso sino porque que el miedo animal es más fuerte que cualquier razonamiento; como el nene que duerme en el sillón y apenas si se estremece cuando lo arropo un poco más, como esa mosca que posada sobre el hule se restrega las patas (habrá entrado ahuyentada por el frío también) y que me tienta a darle un golpe con el repasador húmedo que tengo sobre la falda.
¿Percibirá la mosca esa sensación de peligro inminente cuando alzo sigilosamente el brazo con el repasador empuñado? ¿Le permitirá su animalidad prever el golpe que le estoy por asestar? Mi viejo decía, ponete de frente a la mosca, porque vuela siempre para arriba y adelante, de esa manera tenes menos posibilidades de errarle. Debería evaluar qué es mejor, si despertar al crío con el ruido del repasador sobre el hule o que lo despierte en el momento en que quiero espantarle al insecto que ansía posarse sobre él. ¿Tengo alguna posiblidad de perdonarle la vida a esta inmundicia? O mejor dicho, aunque sea una inmundicia, si tengo una posiblidad de mantenerla con vida: ¿Es mejor que lo intente? ¿Que mate a la mosca, por más lugar de excrecencia que ocupe, mejora algo para alguien? La respuesta es indudable, y en base a ella voy a tomar la decisión de no interrumpir su vida pero voy a a impedir por todos los medios que moleste a mi hijo, o a mi comida.
Un pacto casi animal. Desde mi animalidad a su animalidad. Mirá vos, si la mosca me sorprendiera y me propusiera un pacto desde su racionalidad (si la tuviera) hacia la mía que yo sé, sí, que la tengo (limitada, poco pulida, tal vez, pero la tengo), y la mosca es posible que (si tiene alguna racionalidad que su animalidad le permita) sabe tambien que la tengo.
En tren de suponer: ¿Qué pacto podría proponerme la mosca? ¿Acaso revelarme un secreto descubierto en un basural? Allí donde se tiran los desperdicios y me consta que entre ellos están las cenizas de los libros, las revistas, los cuadernos de anotaciones que hemos quemado porque nos incriminaban. Bien podría ser que me revelara secretos de los que no podemos ver nosotros. Sí, porque no queremos también, mosca. ¡No te vengas a erigir en juez mío, ahora! ¡Habráse visto insolencia! (como dijo Violeta) venir a decirme a mí, semejante insecto, que lo suyo es unicamente oral. Pero es que una mosca no dice, ni piensa, a lo sumo soy yo la que piensa que me transmite algo.
¿De dónde sacaste esto, mosca? ¡No me vas a querer hacer creer que no sabés que no soy yo! Bueno, pero no me despertés al Cabezón, eh?
- Vos, cebate un mate.
Ah! Lo que me dijo la mosca fue la canción esa que llamamos “A los no desaparecidos del Proceso”:
He pasado entre aquellos, extraño, pero nadie notó que lo era, tan polizón que ninguno, ni yo mismo, ha sospechado de mí.
Venía de un paraíso en el que nunca he estado porque mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser.
Nadie me ha reconocido bajo el disfraz de la igualdad, porque los que de mí sabían me suponían desparecido y no disfrazado.
Me han recibido en sus casas y han estrechado mi mano, me vieron pasar por sus calles como si yo estuviera allí, pero quien soy, no ha estado nunca en sus salas; quien vivo, no tiene manos que estrechen otros; quien me conozco, no tiene calles por donde transitar.
A algunos de nosotros esta distancia que media entre el ser y uno mismo no les ha sido revelada. Para otros, es el horror y la angustia que, a veces, iluminan los relámpagos. Y hay para quien es la dolorosa constancia de los días de la vida.
Saber bien quiénes somos no es cosa de nosotros, que lo que pensamos y sentimos es siempre una traducción, que lo que queremos, no lo hemos querido, como extranjeros exiliados en nuestras propias almas.
¡Ya sé! A vos también te parece que lo escuchaste antes. ¿No?
Mosca Brava, Junio 2008
6 comentarios:
....
Epa. Otro que debería estar publicando, che.
Sublime, moscardón. Transmite mucho.
Al final, los podentaristas son todos unas joyitas en serio, escritores, artistas, dibujantes, músicos, espíritus libres....
Que maravilla!!
Me perdí en las transiciones, pero está muy bien narrado... Felicitaciones, Mosca!
Bàrbaro, mosca, el relato, sobre todo el diàlogo imaginario con su congèner.Muy bien narrado. te felicito.
Opa... para leer y releer. Me dejaste con el seño fruncido mosca...y pensando mucho.
Muy bueno.
Mira como se despacho mosca sin publicar antes nada.
Linda sorpresa eh?
Felicitaciones, a por mas
"Venía de un paraíso en el que nunca he estado porque mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser"
Esa frase, por si sola, expresa por qué somos lectores de aquel otro, el del pelo desordenado.
Que querés que te diga negro, me dejaste sin palabras.
¿Ven que acá nadie es manco?
ah mierda
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