martes, octubre 9

Una escritora nueva!



Quiero decir, nueva para mí, porque a lo que parece viene escribiéndose y haciéndose notar desde hace rato. Bienvenida a mi mundo, señora! Le ofrezco aquí un vasto espacio, en el que sus palabras resonarán, rebotarán, se escaparán, volverán a aparecer, se amigarán con otras, anidarán, y sobre todo, serán queridas, porque ya la descubri, a usted, y ya me encariñé.


Yo la descubrí con Kalpa Imperial, y la descubrí -claro, por dónde si no- recorriendo los caminos por los que me gusta andar. Leyendo una entrevista a Liliana Bodoc (quien se ganó mi amor con La Saga de los Confines), encuentro que ella la menciona como un posible referente. Ahí fui y googleé, encontré un textito que antes de doblar la esquina me guiño un ojo, lo seguí hasta la Biblioteca, me topé con Kalpa Imperial y... listo, me enamoré. Y al final, chusmeando sobre el objeto de mi nuevo amor, me entero, vea qué cosa, de que la traducción de Eso al idioma inglés la hizo, quién si no! la Señora Ursula K. Le Guin.

Aquí va la data, quien quiera descubrir, que descubra :-)

Angélica Gorodischer. Casada y madre de tres hijos, hija de la también escritora Angélica de Arcal (1905-1975), nació en Buenos Aires en 1929 y vive desde su infancia en Rosario (Santa Fe). Es una de las figuras más valiosas y originales que han dado las letras argentinas. Publicó su primer libro de cuentos en 1965, y durante el inicio de su carrera se decantó sobre todo por temas típicos de la ciencia ficción, a los que incorporó su impronta personal y el peculiar carácter de la tradición fantástica argentina. Durante esta etapa estudió los mecanismos narrativos de la tradición oral, y en el proceso logró cristalizar una de las voces más vívidas y memorables de la literatura en lengua castellana. Trafalgar, obra con la que tiende un puente entre el cuento de café y la ciencia ficción, y Kalpa imperial han sido objeto de culto desde su aparición y se consideran puntales de la narrativa fantástica moderna. De forma paralela, y especialmente desde la edición de Kalpa, la autora se ha dedicado a explorar un abanico temático cada vez más amplio, que incluye el relato feminista, el género policíaco, la narración erótica y la novela histórica. Tiene asimismo un sólido prestigio en el ámbito académico y ha participado en numerosos congresos internacionales; actualmente ejerce de coordinadora de la Red de Escritoras Latinoamericanas en la Argentina. Su obra ha sido publicada en inglés, francés, italiano, alemán y sueco.
Más info en: http://www.gigamesh.com/coleccion.html?/autorangelicagorodischer.html

Por lo de la muestra y el botón, aquí va:


El 36
Castaño, asilo, lengua, matrimonio, noticia, purga, vigilante

—¿Bueno?—dijo el hombrecito—. ¿Qué le parece?
—No sé—dijo Emi—, tengo que pensarlo.
—Pero, claro, señorita, claro, no hay ningún apuro. Si usted quiere tomarse un tiempo, estoy de acuerdo. Todo esto ha sido una sorpresa para usted, tiene que acostumbrarse a la idea.
—Eso es—dijo ella.
—La sola existencia de esta casa, este, casi podríamos llamarlo anexo de su casa, eso ya es sorprendente, y cuando usted estaba familiarizándose con el lugar, aparezco yo con todas estas explicaciones, Claro, claro, pero usted ha actuado tan bien, que he quedado admirado. Una persona con una menor fortaleza de ánimo hubiera escapado, no hubiera querido enfrentarse con algo que no sabía qué era, con un desconocido. Hubiera pedido ayuda tal vez. Y a propósito, le voy a rogar, como se imaginará, la más cuidadosa discreción.
A Emi no le asombró que alguien dijera de ella que tenía fortaleza de ánimo, pero la escandalizó el pedido de discreción y él se dio cuenta:
—No, no, no me interprete mal, no es que yo crea que usted es una personita frívola y suelta de Iengua, no es eso, al contrario. Sé, porque su señora madre solía decirlo, lo inteligente y discreta que usted es. Le quiero indicar, si me permite, que la mejor manera de estar a salvo de la tentación o del peligro de decir algo, consiste en olvidarlo, recordarlo únicamente cuando se está a solas.
—Es un buen recurso— dijo Emi.
—¿No es cierto que sí? Me alegra que lo aprecie.
—¿Mamita lo conocía a usted desde hacía mucho?
—Años, señorita, años, ya no sé cuántos. Veamos, yo no la conocía cuando vivía su Señor padre ni cuando él murió; pero para esa época, sí, para esa época la persona que, en fin, dirige estas operaciones, conoció a su señora madre quien, usted lo sabe muy bien, fue siempre un alma generosa que iba a los asilos, a los hospitales, que asistía a los pobres y a los necesitados. Pues bien, en una visita al hospital que hizo su señora madre, esta persona que estaba entre los enfermos graves, la vio y supo, se dio cuenta inmediatamente del valor de la personalidad de su señora madre. Por eso cuando recobró la salud le indicó a otra persona de su entorno que, esteee que se pusiera en contacto con la señora, más o menos al año de su viudez.
Emi hizo cálculos: eran muchos años, muchos años de fruta, pan, ropa usada, Brígida llevando las canastas, ella acompañando a Mamita. Se acordó de los jardines del hospital, los pabellones, las filas de camas, las mujeres que alargaban las manos y decían gracias, ella esperando a la puerta de la sala de hombres adonde las niñas no entran, la fuente de mayólicas, las palmeras, el castaño, los caminitos de granza, las flores en primavera.
—Debo decir que no es extraño: su señora madre causaba una gran impresión a todos quienes la veían. Era inolvidable.
—Yo no soy inolvidable.
—Vea, señorita, yo diría que ambas cualidades tienen, como todo en esta vida, sus ventajas y sus inconvenientes. Depende de la habilidad, o de la falta de habilidad, con la que se manejan las situaciones. Hacerse olvidar, no destacarse, es algo que puede ser sumamente útil.
—Sí, eso es cierto, sobre todo si voy a hacer lo mismo que Mamita. ¿Usted cree que podré?
—Por supuesto, señorita.
—Entonces creo que sí, por qué no, si ella lo hacía. Pero a mí no me gusta mucho salir, ir a reuniones, a fiestas, todo eso.
—No necesita ir a fiestas ni tampoco salir mucho, señorita. Su señora madre era muy activa, socialmente hablando, muy activa, sí. Tengo noticias de que lo fue durante su matrimonio con su señor padre y de que cuando quedó viuda, siguió después del luto frecuentando a la gente que conocía.
Habla igual que Ortega, se dijo Emi, igual. Son tan iguales, aunque éste sea chiquito y Ortega grandote; un enano y un gigante se encontraron una vez, claro que estos dos no se van a encontrar nunca, nunca.
—Y eso nos fue muy útil. Pero usted no tiene por qué ser tan activa como ella. Sólo un poco de buena voluntad, el ánimo alerta y vigilante, algunas visitas cuando haga falta, no perder el contacto con el mundo. Me atrevo a decirle que le va a sentar muy bien.
Ni que estuvieran hablando de una dieta o una purga, pero sí, pensó Emi, quizá además me siente bien.
—Claro que todavía estoy de luto.
—Sí, sí, nadie espera que empiece mañana a visitar a sus amistades, pero le sugiero que no deje de recordar a quienes estuvieron en el velorio de su señora madre y a quienes le hicieron visitas de pésame, para cuando llegue el momento de retribuirlas.
El pelotón de mujeres con plumas y lunares, la patrulla de temibles señoras ríspidas de mirar oblicuo, eso es fácil, y las Ferreyra en primer lugar.
—Bueno.
—Mientras tanto —dijo el hombrecito y se puso de pie— teníamos una deuda con su señora madre, que le vamos a pagar por supuesto a usted.
Emi se preguntó si ella también tendría que levantarse pero no se movió: Mamita le había enseñado que una mujer se pone de pie cuando ella quiere, a menos que entre un prelado en la sala en cuyo caso se levantará a besarle el anillo, o una señora muy mayor, o un anciano, y que cuando ella se pone de pie todos los hombres lo hacen si han estado sentados. Pero ahí en la habitación del frente estaba sólo ella y el hombrecito que le decía:
—Esto no tiene nada que ver con el juicio sucesorio de su señora madre que estará en manos de un letrado, me imagino. Son cosas que no figuran en ninguna parte; su señora madre no nos daba recibos y las operaciones no constan en papeles.
Ortega, ¿qué diría Ortega si supiera?
El hombrecito se acercó a la pared y retiró el cuadro de las flores.
—¿Quién pintó ese cuadro? —preguntó Emi.
—Yo. Soy un modesto pintor aficionado.
—¡Pero cómo! Ahí dice Vorbach, y usted me dijo que su apellido es Trauber.
—Sí, pero claro, mi apellido es Trauber y firmo mis obritas con el apellido materno que es Vorbach. Mariano Enrique Trauber Vorbach.
Sonrió y dio vueltas al dial en la pared. Emi sabía qué era eso: era una caja fuerte empotrada. La puerta de la caja se abrió. Emi lo sabía porque en el estudio de Ortega había una, sólo que no estaba tapada con un cuadro y a veces hasta estaba entreabierta; y también porque le había oído a la vieja Constanti que no tenía lunares pero sí pelos blancos en la barbilla, contarle a Mamita que habían puesto una en la casa después del robo. Y Mamita había dicho: "Después que el chico se ahogó, María tapó el pozo".
—¿Tanto?
—No es mucho —dijo él—, lo parece porque no son billetes grandes, fíjese, es lo que acostumbramos. Pero no es todo. Aquí —señaló el cuadro que había vuelto a su lugar— está el resto. Cuando quiera, no tiene más que venir a buscarlo.
Emi contó los billetes.
—Qué suerte —dijo—, tengo que pagar algunas cosas. ¿Lo demás se lo pido a usted?
—No, no, yo viajo mucho, no suelo estar en el Rosario. Usted dispone de todo. Yo le voy a enseñar la combinación de la caja pero no la anote en ninguna parte, apréndala de memoria. ¿Ve? Así. Es muy fácil.
Emi se acercó.
—A ver, hágalo de nuevo y después pruebo yo.
—Así y después así, y termina acá. Veamos cómo lo hace. Pero muy bien, señorita, muy bien.
—¿Y esto qué es?
—Todo eso es suyo. Era de su señora madre, ahora es suyo. Creo que usted tendría que venir aquí con más tiempo y revisar todo.
—Sí —dijo Emi—, ahora tengo que irme. Pero usted, ¿cuándo vuelve?
—Ah, no sé, no estoy seguro, voy y vengo, como le digo, viajo mucho. Vamos a hacer como con su señora madre. Cuando yo estoy acá, se lo hago saber poniendo una silla en el corredor que lleva a la entrada de su casa. Si la silla no está, usted dispone del lugar. Si está, me llama.
—Bueno.
—¿Puedo yo preguntarle ahora algo a usted?
—Sí.
—¿Cómo descubrió la puerta?
—Encontré un tornillo suelto en el ropero de Mamita.
—Muy observadora, señorita. Su señora madre tenía toda la razón cuando ponderaba sus cualidades.
Igual a Ortega. Más parecido, imposible.

(Fábulas de la Virgen y el Bombero. Extraído de http://www.literatura.org)

2 comentarios:

gabrielaa. dijo...

claro, alguien que ama a LeGuin no podía no descubrir a Gorodischer. me alegro por la María C.

MariaCe dijo...

Verdad que sí, Gabrielaa?
Y mire recién cuando la vengo a descubrir, yo misma no podía creer que no la hubiera encontrado antes.

De paso: gabrielaa, me encanta que me escriba. Me cae resimpática usted. Cariños!