jueves, julio 12

Solitudine

Cuando miro mi vida hacia atrás, me doy cuenta de que las cosas que mejor recuerdo son: las que significaron errores (más o menos irreversibles, con importancias medibles según la edad), las que dejé inconclusas por no saber cómo -o no animarme a- continuar, y las ocasiones en que me sentí sola.
Tengo cantidad de recuerdos de soledad, digo, en el sentido de estar sola, a solas. Hasta la fecha no sé si definirme por el gusto por lo gregario o la vocación de solitaria. Pero la verdad es que casi nunca me siento sola. Capaz que es por eso que me acuerdo especialmente de esas ocasiones. Casi nunca me siento sola, pero a veces sí. No tengo Grandes Sensaciones de Soledad. Bueno, alguna que otra vez, la tuve. Pero mayormente son momentos, momentitos que casi no duran o a los que casi no presto atención. Y cómo son de distintas, mis solitudinezas. A veces me siento sola de alguien habilidoso que sepa y quiera reparar pequeñas cosas que a mí se me pasan un día, dos, hasta que se acumulan años, y sobre todo, se forman hábitos. Como el de nunca intentar encender la luz del cuarto de adelante (porque se rompió la ficha hace como año y medio), o jamás querer agarrar el picaporte de la puerta del baño (porque se descalabró hace como un año). Cosas que me gustaría que estén debidamente funcionando pero no, y como tampoco me molestan mucho, ahi van quedando, atadas con alambre o directamente sin atar. Y cada tanto reviso esas cosas y me siento sola. Otras veces me acomete la solitudine económica (la anterior viene más o menos de la mano de ésta, claro). Me suele agarrar cuando estoy a 20 del mes y ya sé que no me alcanza para llegar hasta fin de mes. No, no faltará quien me preste (amigos hay, familia también). Pero me molesta el que no me alcance, me molesta tener que pedir y me molestan todos y cada uno de los días que pasan hasta que estoy en condiciones de devolver. En esas ocasiones me digo que qué bueno sería que existiera alguien con quien compartir los fondos, y si me falta de mi bolsillo recurrir al tuyo sin tener que pedir, ni sentir que pido, ni que estoy en deuda, ni nada. Y me siento sola. Esas son las soledades más materialistas. Entre las otras, está la de los fines de semana. No todos, alguno que otro nomás. Esa solitudine son las ganas de estar con uno o más adultos, charlando cosas de adultos. En un bar o caminando o en un living, pero rodeada de amigos, todos a-dul-tos. Estar nomás con otros adultos, amigos adultos, haciendo y pensando cosas de adultos, por una vez, un rato, que mi charla no sea con un nene de dos años, que no sea sobre un capítulo de Lazy Town o sobre cómo armar un rompecabezas. Me siento sola de vida adulta, de vida ligera de adulto soltero.
Y finalmente, la que menos ocurre pero a la vez la más antigua, la solitudine de querer despertarme alguna que otra vez encontrando al lado al hombre al que quiera. Fijaos, no "el que quiero", porque ese no existe ni en mis planes. Es... que a veces nomás me siento sola de sentimientos. Quisiera sentirme acompañada por el sentimiento de querer mucho a un hombre, y tenerlo a mi lado, su compañía en presencia, y en ausencia la compañía del quererlo.
Estoy tan acostumbrada a estas solitudineces que ni siquiera me importan mucho, afortunadamente ni siquiera dejan que no sea feliz. Pero a veces, a veces nomás, me saco las lentes de contacto y miro la niebla que me rodea, y... bueno, me gustaría, en esos momentos, que fuera menos soledad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay querida mía!
"mi blog no tiene nada interesante"... no tiene nada interesante las parótidas!

Soledad es soledad, doña. Sea poca, mucha, grande, chica... y es eso. "El tamaño de mi esperanza" es directamente proporcional al tamaño de su solitudine.

Y la entiendo y no es de ahora, sabe? La entiendo porque llevo muchos años con ciertas solitudines, a pesar de tener amigos, familia, novios, perros y tortugas. Creo que lo traje en el gen.

Acá tiene una para que le haga compañía, aunque sea a la distancia. Y oiga... es una pena, de llaves de luz y de picaportes, mucho no sé. Si tan solo se le hubiera cortado la correa de la persiana, yo mismita se la cambiaba.

Dos kisses.

Anónimo dijo...

Pasaba por aquí y me llegó profundamente lo que has escrito. Mi caso es el contrario, en cuanto a soledad somos idénticos. En qué somos contrarios? Yo vivo ayudando a los demás y arreglando las cosas que no funcionan. Los que acuden a mí, todo bién. Pero aquellos a los que elijo, me rehusan. Sabrá alguien ¿porqué?

MariaCe dijo...

Spirit, gracias por leerme. He llegado a creer que estas solitudines son cosa corriente. No sé por qué es así ni si sea algo que se puede corregir; mi suerte fue aprender a convivir amablemente con ello, y digo "amablemente" en toda la extensión e intención de la palabra.

Mortadelle, linda, claro que me hace compañía, qué sería de mí sin mis "amigos invisibles"! (como los llama otro amigo, ex invisible).

Cariños a ambos, gracias por dejar sus palabras, me encantan.